Los creadores son una especie, más bien escasa, que hemos de mimar entre todos por múltiples razones; De los creadores todo y todos se aprovechan. Sus creaciones son imprescindibles para nuestras vidas. Piense el lector con cuantas se topa, cuantas ve, oye y escucha a lo largo de una jornada.
Los creadores, además, generan un mercado de bienes culturales del que las industrias productoras y transformadoras de estos bienes se nutren, al igual que lo hacen las industrias del consumo cultural o proveedoras de bienes culturales. La cantidad de puestos de trabajo que las industrias auxiliares de las anteriores crean es impresionante, el doblaje, la traducción, los agentes, los caterings, los publicistas, los montadores, los iluminadores, los subasteros, los impresores, los galeristas, los vestuarios, la seguridad, los representantes, los abogados y tantos otros que vivimos gracias a que los creadores y los inventores tienen a bien existir.
Bueno, todo esto funcionaba hasta que a alguien se le metió en la cabeza que el derecho a la cultura venía gratis con la Constitución. Y ahora, en este país de demagogos, es tal el lío que en torno a algo tan sencillo se ha organizado que todo el mundo toma posiciones sin saber de que puñeta habla. Como ese figura extremeño que va a proponer al Congreso que el canon por copia se pague voluntariamente marcando una casilla, situada debajo de la de la iglesia, en nuestras declaraciones de la renta. Y digo yo ¿porqué no propone de paso que se añada una tercera casilla para quien quiera pagar –también voluntariamente- el sueldo de los políticos? Al fin y al cabo son mucho menos útiles y por lo general más casposos y más antipáticos que los creadores.
Es evidente que las creaciones e invenciones surgen de la capacidad creadora e inventora del individuo. Este crea gracias a su experiencia social. El grupo no puede prescindir del individuo creador para evolucionar, y el individuo no puede prescindir del grupo para crear o inventar. Esa necesidad de crear e inventar de unos frente a la necesidad de utilizar lo creado e inventado, por los otros, genera una obvia tensión que es crucial en la denominada propiedad intelectual. Pero es una tensión ya asumida en nuestra ley, fundamentalmente a través de la limitación del derecho en el tiempo y a través de los numerosos límites al derecho del autor sobre su obra. No les quitemos a los creadores más de lo que la ley ¡sí, la ley!, ya les quita.
La cultura es del pueblo y para el pueblo, al pueblo no se le niega nada. Pero claro, tampoco debemos confundirnos, el mensaje que subyace en este falso debate es “las creaciones gratis para el pueblo”, y eso, claro, no es posible. Los creadores crearán cuando a ellos les dé la gana, y sin ganas, aquí nadie hace nada; y quien dice ganas dice dinero, compensación o beneficio.
El equilibrio que mantiene el sistema de la propiedad intelectual es precisamente el de facilitar el flujo creador e inventor hacia la comunidad para que otros puedan seguir creando e inventando en el futuro y para que todos disfrutemos de esas creaciones o invenciones tributarias de nuestro acervo cultural. Pero si queremos disfrutarlas de inmediato y no esperar a que entren en el denominado dominio público, debemos pagar al creador su precio, como pagamos al casero su renta o a la compañía eléctrica su factura.
Y debemos pagar lo que el creador considere oportuno por cada uno de los usos que de sus obras se hagan. No vale con pensar que por comprar un disco ya voy a poder montar una sala de fiestas. No, el disco lo compras para escucharlo en casa. Si quieres montar una sala de fiestas, un espectáculo, un circo, un bar o lo que se te ocurra que utilice la creación del autor deberás pagar el precio que te impongan en cada caso. Y si quieres hacer copias, pues lo mismo. Y si no no uses esa creación ajena, así de simple.